Está sola en un rincón de su habitación. Todo está en silencio. Se balancea sobre sí misma sentada en el suelo mientras piensa en sus cosas, sus brazos rodean sus piernas. Sus ojos vagan por la habitación, no buscan nada en concreto. Las paredes desnudas pintadas de blanco se vuelven grises, negras, con el paso de las horas, en esa habitación sin ventanas. Los escasos muebles, llenos de polvo de no utilizarlos, ocupan casi todo el espacio, todo menos su rincón. Ese rincón donde se sienta y pasa horas, días, semanas, ese rincón donde su mundo cambia por completo. “En ese rincón escapa de sus penas” dicen algunos, “en ese rincón huye a su mundo de fantasía” dicen otros, y otros se limitan a pensar “ojalá tuviera yo un rincón donde sentirme a salvo del mundo cuando lo necesito”.
Pero ese rincón no es su vía de escape, no es su escondite ni el lugar donde imagina su mundo de fantasía, donde no existe la pena ni la maldad.
Ese rincón es mudo testigo de su gran castigo. Ese rincón, donde pasa incluso meses seguidos sin moverse, es el único testigo de su desconexión del mundo exterior. Solo ese rincón de su pequeña habitación sabe que puede pasar meses sin comer, sin dormir o sin ducharse sin darse cuenta siquiera. Solo ese pequeño espacio de su reducida habitación sabe que su cerebro hace que perciba sensaciones erróneas, que viva experiencias insólitas, que vea, oiga o huela cosas que no son reales.
Solo ese pequeño rincón sabe que sus ojos no buscan algo en esa habitación, sino que ven cosas que nadie más puede ver, que son el reflejo del aislamiento producido por su enfermedad.
Son el reflejo de su trágico destino, que quizás la lleve a un trágico final.
domingo, 31 de enero de 2010
viernes, 29 de enero de 2010
Sentía el frío en las venas, el miedo le hacía temblar y le oprimía el pecho, sus piernas no podrían aguantar mucho más. La interminable noche se había abalanzado sobre ella hacía horas, dejando caer su enorme peso sobre sus débiles hombros y agudizando el cansancio causado por la huida, esa eterna huida, y aún no la había liberado.
Cayó al suelo provocando un ruido sordo cuando las rodillas chocaron contra el duro y helado suelo. La tensión era demasiada para su cuerpo, que aún se estremecía por lo ocurrido, y su corazón amenazaba con salírsele del pecho.
Entonces el aire cambió, pasó de helado a cálido, haciendo que una ola de tranquilidad la invadiera, era una sensación que hacía tiempo que no experimentaba, demasiado pensó.
Alzó la vista buscando la causa de ese cambio tan brusco en el ambiente, estaba sola, como lo había estado desde hacía tantos años.
Buscó a su alrededor, entre las sombras, se negaba a creer que no había nadie allí con ella.
De repente creyó ver algo moverse en la oscuridad, sintió pánico, debían haberla seguido y, sin duda, la habían encontrado. La sensación de tranquilidad que la había invadido anteriormente se había evaporado, como el agua en un caluroso día de verano.
Sabía que estaban acechando, esperando la más mínima distracción para echársele encima, querían hacerle creer que estaba sola.
Esperó tensa y con la mirada fija en el lugar donde creía que aguardaban sus atacantes, pero nada ocurrió, no se movió ni una hoja.
Esperó durante horas, y, cuando el sol empezaba a despuntar entre los edificios, se dio cuenta de que en la oscuridad solo había habido eso, oscuridad.
Pero estaba segura, es más, sabía que la habían estado observando desde ese rincón. Decidió acercarse.
Se sentía insegura, desprotegida, quizás aun no se habían ido, quizás estaban esperando a que, confiada, se acercara cayendo en la trampa y, convirtiéndose así, en una presa fácil.
Buscó con cautela, intentando no hacer ningún ruido que pudiera delatar su posición. Definitivamente ahí no había nadie.
Una vez se había asegurado de que no había ni la más mínima pista de quien había estado ahí durante esas largas horas de oscuridad, mientras creía que cada segundo iba a ser el último, se dispuso a buscar un escondite.
No podía volver a casa, la estarían esperando.
Cayó al suelo provocando un ruido sordo cuando las rodillas chocaron contra el duro y helado suelo. La tensión era demasiada para su cuerpo, que aún se estremecía por lo ocurrido, y su corazón amenazaba con salírsele del pecho.
Entonces el aire cambió, pasó de helado a cálido, haciendo que una ola de tranquilidad la invadiera, era una sensación que hacía tiempo que no experimentaba, demasiado pensó.
Alzó la vista buscando la causa de ese cambio tan brusco en el ambiente, estaba sola, como lo había estado desde hacía tantos años.
Buscó a su alrededor, entre las sombras, se negaba a creer que no había nadie allí con ella.
De repente creyó ver algo moverse en la oscuridad, sintió pánico, debían haberla seguido y, sin duda, la habían encontrado. La sensación de tranquilidad que la había invadido anteriormente se había evaporado, como el agua en un caluroso día de verano.
Sabía que estaban acechando, esperando la más mínima distracción para echársele encima, querían hacerle creer que estaba sola.
Esperó tensa y con la mirada fija en el lugar donde creía que aguardaban sus atacantes, pero nada ocurrió, no se movió ni una hoja.
Esperó durante horas, y, cuando el sol empezaba a despuntar entre los edificios, se dio cuenta de que en la oscuridad solo había habido eso, oscuridad.
Pero estaba segura, es más, sabía que la habían estado observando desde ese rincón. Decidió acercarse.
Se sentía insegura, desprotegida, quizás aun no se habían ido, quizás estaban esperando a que, confiada, se acercara cayendo en la trampa y, convirtiéndose así, en una presa fácil.
Buscó con cautela, intentando no hacer ningún ruido que pudiera delatar su posición. Definitivamente ahí no había nadie.
Una vez se había asegurado de que no había ni la más mínima pista de quien había estado ahí durante esas largas horas de oscuridad, mientras creía que cada segundo iba a ser el último, se dispuso a buscar un escondite.
No podía volver a casa, la estarían esperando.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)